domingo, octubre 29, 2006

Secreto existir...



Y creo que fue una mañana de abril en que te vi llegar con ese andar hippiento de niña cuica, una mañana en que yo andaba en la búsqueda incesante de ese pendejo sentimiento que llaman amor, con una caras conocidas y otras tantas por conocer a nuestro alrededor y tú con esa cabellera rubia y esos ojos verdes de típica europea conociendo el culo del mundo. Desde el primer minuto me pareciste una loca, a la hora después una loca linda y con el pasar del los días una loca mía... mi loca.
Después de aquella mañana de nuestro encuentro te vi merodear el patio escolar con unos anteojos de bataclana francesa, en compañía de un muchacho alto que parecía ser tu pareja de años. Y una tarde de la jornada escolar completa, con mis tripas pidiendo aunque sea un chocolatito de diez pesos, te encontré sentada en el cemento helado de la magna construcción educativa, asoleando tus largas piernas blancas, y me senté a tu lado... aun no recuerdo porqué pero esa tarde andaba sola aplanando aun más el patio párvulo, seguramente mi caminante amigo otra vez se quedó pegado en las sabanas matinales. “Hola”, te dije con una sonrisa y la típica pregunta que se hace a las dos de la tarde ¿Tení algo pa’ comer?...No, estoy a dieta... me respondiste, y solté una carcajada que te arranco una a ti también, ¿Porqué te ríes?, Si es cierto, preguntaste divertida... Es que no podí estar a dieta, justifique... ¿y porqué no?...por que estay bien así... y sonreíste, era el único gesto mudo-hablante que necesitaba para olvidar tu apariencia de niña cuica... entonces pasamos la media hora que nos quedaba de recreo juntas, riéndonos de tus piernas que no podían estirarse por completo, riéndote de mis manos que me avergüenzan por su pequeño tamaño, pero que a ti te encantaron.
Pero no fue hasta una tarde de regreso a casa, en que mi caminante amigo, el mismo que se quedaba pegado en las sabanas, quien me regala una de tus confesiones, pero como prometí a mi caminante amigo no delatarlo hice caso omiso a semejante notición cuando a la mañana siguiente derramaste tu abrazo matinal sobre mis hombros y me sentí feliz, pero tonta, sabía que aquello era casi como los sueños comunistas del utópico Karl Marx, nadie, ni siquiera mi caminante amigo, sabia de mi lesba inclinación. Y continué mi andar sin prisa, mi aburrido y cotidiano andar, contigo siempre llenándome de abrazos, de “Te quiero, amiga” y yo sin entender que era lo que me hacía atractiva para ti. Entonces una mañana sabatina de ese año brujo de mi pendeja existencia, mientras descansaba mi cabeza en tus piernas cerré los ojos y sentí que depositaste tus labios huérfanos en los míos, abrí los ojos como niña asustada, sonreíste y saliste corriendo de aquel lugar, corrí detrás de ti y parecíamos una película gringa de esas donde la muchacha protagonista se declara cursimente al jovencito rubio del equipo de fútbol, ¿qué fue eso?, Te pregunte haciéndome la transgredida... hago lo que siento, me dijiste y te fuiste al baño intentando continuar la película, pero el imbécil miedo a reconocer lo que me pasaba contigo me dejo suspendida en algún universo pararlelo... y me paralizaba quedarme a solas contigo, pero una noche, una noche prófuga de los dioses te fuiste de carrete con nosotros, con el resto de los chicos y con ese orangután de amigo que tenias, ese orangután mal oliente, que según él, estaba para protegerte de mis pardos ojos hechiceros, pero esa noche no pudo su payaso existir salvarte del porrazo cómplice que te llevo a encerrarte conmigo en el baño con la excusa de curarte la herida en la pierna, ya era tarde y el alcohol, la mágica yerba alucinógena y el mariposear eterno en mi estomago, me lleno de valor y miré tus ojos verdes atreviéndome a decir “haz lo que tengas que hacer” y te paraste cojeando agarraste a dos manos mis mejillas tibias y suavemente mordiste mis labios con los tuyos dejando el vaho eterno de tu alcoholizado aliento mezclarse con el mío y así estuvimos abrazándonos, yo descubriéndote el verdadero secreto de tus labios huérfanos y tú saboreando el rojo sandia de los míos... Al terminar el alcohólico carrete nocturno dirigí mis pasos a casa, con mi caminante amigo... “nos besamos”, le dije interrumpiendo su letargo etílico... ¿y qué onda?, Me dijo encendiendo el último cigarro que encontró en su chaqueta, ¡Na po!, Mentí.